domingo, 14 de junio de 2009

Mollejas de Asdrúbal Hernández

Fuente:www.ucm.es
Mollejas

-Susi- decía la Sra. Penderton en
ese momento-, ¿la gente tiene
mollejas como los pollos?
“Reflejos en un ojo dorado”
Carson McCullers

Había una vieja lavadora al borde de la carretera, y como de costumbre de golpe volvió a brotarle en la sesera otra de sus maravillosas ideas. No es que necesitara una vieja lavadora, ni que estuviera buscando nada, pero es que a su paso las cosas parecían entonar irresistibles cantos de sirena. Mientras hacía retroceder la furgoneta por el arcén vio venir un coche de frente. Lo reconoció al instante, aunque aún estaba un poco lejos; era el viejo descapotable azul de la pareja de gandules de Silverio, el farmacéutico. Y venían pisando huevos, Dios, como si de pronto les hubiera entrado la cordura.
-Pareja de abortos- se dijo él-. Por qué no os mataréis de una puta vez.
Cuando estaban a poca distancia, como era previsible tocaron el claxon, las primeras notas de la Marsellesa, que sonaron estridentes y grotescas. Luego, aceleraron y pasaron ante él como una exhalación haciendo rechinar las ruedas, pero le dio tiempo a ver sus cabezas amelonadas y los efectos de las carcajadas en sus jetas de retrasados.
-Cabrones comemierdas- se dijo.
Blanca sobre el negro asfalto, saltaba a la vista de cualquiera que pasara por allí esa mañana. No se desanimó al ver el sarpullido de roña que acribillaba el esmalte. Eso no quería decir nada; el acero no se oxidaba. Abrió el ojo de buey y sonrió al ver que no se había equivocado; el tambor relucía como plata recién bruñida. Sacó la caja de herramientas de la furgoneta y comenzó con la tarea. Soltar el tambor le llevó algo más de media hora y en ningún momento, mientras sudaba la gota gorda a pleno sol y canturreaba para sus adentros la pegajosa melodía que le venía rondando desde que se despertó esa mañana, se preguntó qué diablos hacía la lavadora allí, junto a la carretera.
Metió la caja de herramientas y el tambor en la furgoneta y arrancó.
La mañana podía acabar bien. Se iba a enterar su madre. Él era muy capaz, de eso y de más, ¿qué creía? De pronto sintió estallar en su interior una burbujita de euforia y tuvo que reprimir los deseos de dar un par de bandazos por la carretera. No se atrevió. Aunque ahora mismo no había vehículos a la vista, era una carretera frecuentada. Pero sí salvó los quinientos metros de recta con limitación de velocidad a ochenta pisando a fondo el acelerador (a ciento veinte o ciento treinta; el motor no daba más) y alcanzó la curva como embriagado. Entonces frenó con brusquedad (el tambor y la caja de herramientas resbalaron en la parte de atrás), menos por precaución que por mirar si había alguna actividad en el exterior de la granja de pollos (siempre lo hacía al pasar por allí), donde había tenido su último empleo.
Sonrió al ver al grandote de Deuve (Dos Velocidades: Una lenta y otra más lenta) con los brazos en jarras mirando el cielo como un pasmarote, y dejó de hacerlo cuando vio a Molín acarrear una manguera sobre una carretilla en dirección a la nave anexa a la principal. Bien sabía él para qué. Allí, en el “Palacio”, se depositaba la mierda de los pollos. Ahora entrará en el “Palacio”. Tiene que mojar la montaña de mierda seca. Si lo hace con cabeza empezará por la punta. Apuntará justo por encima y dejará que el agua caiga como fina lluvia sobre la punta de la montaña, y no dejará de apuntar allí durante un buen rato, y luego empezará a dar vueltas alrededor, lentamente, como el caballito de un tiovivo que se estuviese parando, para que la lluvia se reparta por igual y la montaña de mierda se mantenga firme. Luego, tendrá que empezar a bajar el chorro por la falda de la montaña, y tendrá que hacerlo con mucho ojo para que la montaña no se desmorone y la mierda se escurra hacia sus pies. La mierda sólo requiere ser humedecida; si la empapa está perdido. Si lo hace como Dios manda, no dejará que la montaña se empape y se forme una enorme laguna de mierda. Luego, saldrá al patio trasero a esperar durante una hora, más o menos, a que el hedor y los gases escapen por el agujero del techo. Yo solía fumar mi dos o tres cigarrillos mientras miraba el horizonte del mar allá abajo. Él, no fuma. Pero tiene ese viejo libro sin pastas, “La isla del tesoro”, que lee una y otra vez como si no lo entendiera, se sentará a leerlo en la butaca desfondada que hay contra la pared, y al cabo de poco más de una hora entrará y hurgará en la mierda para ver su consistencia. Si todo ha ido bien, la mierda estará ni húmeda ni seca, estará en su punto para ser encajonada en los moldes de madera. A dos moldes por carretilla, si aprovecha bien cada viaje, tendrá que hacer unos cincuenta o sesenta viajes hasta la explanada donde están los moldes, al aire libre y bajo la tejavana de uralita. Contando con la media hora par comer, lo tendrá listo antes de que anochezca y vaya al “Balneario” a ducharse. Y tendrá que repetirlo dentro de dos semanas. Para entonces ya habrá terminado el libro, y comenzará a leerlo, de nuevo, como si no lo hubiera entendido bien del todo o empezara a olvidarlo, otra vez.
Dejó la granja atrás. Que te jodan. Te dieron mi puesto y a mí una patada en el culo. Su euforia descendió unos grados.
Eso había sido dos veranos atrás, un tiempo suficientemente largo para él como para que ya hubiera olvidado, al parecer, la causa por la que tuvo que dejar su trabajo, no la que él contó, sino la verdadera: la mujer del amo le descubrió copulando con una de las aves.
"Lo que no estoy dispuesta a tolerar-dijo a su marido en la cama-es a un depravado merodeando por aquí. Cuando vino el primer día ya te dije que no estaba en sus cabales. ¿Le falta un tornillo o algo así para hacer una cosa como ésa?
-Su marido permaneció mudo, sin desviar la mirada del libro cerrado que tenía en las manos. Él mismo parecía un libro cerrado. Pero a la mañana siguiente, no tanto por convicción propia como por evitar enfrentarse a su mujer, fue a hablar con él. <>. La idea, que le atribuía a ella y que había tenido él, era que nadie más tendría por qué saber lo ocurrido; de los cuatro empleados era el único soltero y el último en ser contratado; llegado el caso a su mujer y a él no les importaría que hiciera creer que su despido respondía a otra causa, por ejemplo a una caída de los pedidos que les había llevado a disminuir la mano de obra en la granja.
Acogió en silencio y con alivio la sugerencia del amo, pero con su mirada quiso darle a entender que no lo interpretaba como un rasgo de generosidad. Se podían ir a la mierda.
Recibió la paga equivalente al medio año que le restaba de contrato y una pequeña cesta con algunos tarros de mermelada casera como presente para su madre, que no se tomó nada bien la elección del regalo, en su opinión miserable, ni la elección de su hijo como cabeza de turco, ¿acaso su chico encendía y apagaba el sol a su antojo?

Mollejas
Asdrúbal Hernandez

"Novela" de párrafos intrigantes
El lenguaje anglosajón con su portentosa facilidad para expresar conceptos complejos con una sola palabra, da el nombre a los finales de capítulo o a las escenas de las películas que nos dejan con las ganas de saber cómo continúan, de "cliffhangers", de cliff = acantilado, y hanger de hang = colgar. Cada párrafo de este texto de Asdrúbal Hernández incita a leer el siguiente. Es una novela de párrafos en la que cada uno de ellos crea un "cliffhanger", una intriga a partir de un párrafo minúsculo.¿No es verdad que tienen ganas de saber cómo continúa el relato? Repasen los párrafos y notarán cómo cada final les engancha al comienzo del siguiente. La misma sensación tuve con cada capítulo, cuando leí "El código Da Vinci" de Dan Brown. ¿Y cual es la diferencia entre Asdrúbal Hernández y Dan Brown? Pues que Asdrúbal Hernández es un escritor y a Dan Brown la literatura le importa lo que a mí el tiempo que hará en Marte para mis planes de este fín de semana.
Ya saben que Asdrúbal Hernández es amigo mío, así que separen la componente de la amistad de esta laudatio y apliquen el polígrafo. Se hallan ante uno de los mejores escritores de relatos que se pueden leer vivos.

Luis Markhos

Algo sobre Asdrúbal Hernández
De un pelo a otro (también en este blog)
Juegos de parejas junto con el prólogo de Javier Tomeo

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